Puede parecer difícil de creer, lo mucho que me cuesta hablar de mí, sobre todo cuando lo hago constantemente por estos sitios.
De alguna forma te encontré, de casualidad como una de esas modas tontas pasajeras, que por alguna razón extraña pude sostener durante todos estos años. Sin embargo estuviste ahí mucho antes de eso.
En mi terraza observando atardeceres con un cuaderno. En la idea de escribir canciones. En los momentos más solitarios. En la necesidad de ser escuchada, de entenderme, de ordenar mis pensamientos. En mis intentos de poesía actuales. En todo lo que esta bien y todo lo que esta mal también.
No tengo ni la más mínima idea de que va a ser de mi persona en los siguientes años. A veces me inquieta pensar en ello y otras no. Esta genial. De momento siento que debo darme una palmada en la espalda a mi misma (sin negar que roza el ego, pero nadie más va a hacerlo... que más da) por nunca dejar de intentarlo.
Y si cada vez se torna más arduo, ser fiel a uno mismo, mostrarse vulnerable, lleno de sentimientos... voy a continuar haciendo lo que me gusta, llena de miedos y determinación, sin excusas y sin perdones.
Nunca dejen de creer.
Nunca dejen de hacer las cosas que los hacen ser quienes son.
Maremoto interno en el revuelto que es mi cabeza hoy en día. Si me decifro solo me corrompo una y otra vez.
Que maldita idea esta de querer entenderme y aunque en el fondo lo intente saliendo victoriosa, muero en mis dudas y vuelvo a nacer en nuevas ideas que revolucionan lo previamente establecido.
Como un ciclo constante que nunca es el mismo.
Nunca digas nunca.
Nunca digas otra vez.
Dejate sorprender, la sorpresa es alivio.
