Iba a escribir una lista de infelicidades.
De esas largas y penosas que nadie quiere leer. Pero estoy cansada de verle el lado negativo a la vida y, aunque no niego la tristeza que me rodea, soy la única capaz de cambiar mi destino. Existo. Tengo 27 años y logre muchas de las cosas que mi yo pasado, pequeño, defectuoso y adolescente, imaginaba soñando despierta en alguna terraza que hoy ya no es mía.
De esas largas y penosas que nadie quiere leer. Pero estoy cansada de verle el lado negativo a la vida y, aunque no niego la tristeza que me rodea, soy la única capaz de cambiar mi destino. Existo. Tengo 27 años y logre muchas de las cosas que mi yo pasado, pequeño, defectuoso y adolescente, imaginaba soñando despierta en alguna terraza que hoy ya no es mía.
Soy inconformista e idealista por naturaleza. Así como también naturalmente lo cuestiono todo. Desde mi simple existencia hasta cada punto vital ajeno. Se que es una cualidad que a veces me lleva a meterme en problemas. Pero, a su vez, es ese constante balance el que me lleva a promover mi felicidad.
Eso busco continuamente.
Ser feliz.
Eso soy.
Feliz.
La mayoria del tiempo.
Esa felicidad reside en los pequeños momentos abstractos y tangibles. Desde la risa de los amigos en los que tanto me apoyo hasta las estrellas que titilan en una noche de verano o la luna y su brillar en cada plenilunio.
A ella le canto mis verdades y le lloro mis secretos. A ella le concedo la magia del hallar todo aquello que me hace bien.
No seré libre, no tomo las mejores decisiones y me encuentro en sitios donde me desencuentro.
Sin embargo sé, que pronto todo puede cambiar. Cuando menos los esperé.
Habra razones y abrazos y besos que intensos explican todo aquello que yo no puedo dar por hecho.