26 de febrero de 2013

Otro día en el paraíso.

Ella estaba parada en la cocina a la espera incierta de algo incierto. Estaba de brazos cruzados mirando a sus animales alimentarse. Yo desde la silla observaba con una duda, un poco irritada, e imaginándome ideas de como su cara se transformaba en todas sus penas, y como en el fondo ella atravesaba una crisis de esas existenciales que hacia su vida mas desdichada día a día. Eso me hacia sentir mejor. Ese era mi mayor pecado.
Escupí la pregunta sin pensarlo, una pregunta sencilla que merecía una respuesta corta, pero nunca respondió. Solo observaba a los animales que ya habían terminado de ingerir su comida. Volví a preguntar, esta vez re formulando las palabras; la respuesta brillaba por su ausencia. Hasta que de pronto escuche la puerta de entrada abrirse, la de la cocina cerrarse, y comprendí porque ella estaba parada esperando.
Esperando para consolar los llantos de la niña que había tenido un mal día.
Ese era su papel estelar. Un papel que nunca había representado para mi.
Y yo escuchaba desde la silla, sentada, pensando.

A veces me gustaría gritar lo mucho que me duele.
A veces me gustaría que sepas cuanto mal me haces.

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