22 de septiembre de 2010

El solo hecho de estar ahí, ya te vuelve culpable.

Estoy parada en el medio de mi conciencia y esta me dice una y un millón de veces la verdad, esa que esta presente ahí, esa que trato de ignorar. Pero ya es demasiado tarde, ya no hay mascara que me parezca real, ya no hay palabra a la que no tenga que buscarle un doble sentido. La verdad es que nadie se quita esas mascaras, las tienen pegadas a la piel, sonrientes y brillantes, ocultando su dolor, su verdad y su misericordia. Las lucen como si fueran especiales, como si en realidad fueran sus mismas caras traslucidas e impecables. Y uno a uno compartimos ese baile de vivir, y seguimos sonriendo para no tener que ver más allá, eso que nadie quiere aceptar, eso que nadie quiere ver.
Pero no puedo creer que llegue al punto de sentirme cómoda en muy pocos lugares y con muy pocas personas, al punto en que la paranoia constante me persigue como una sombra y sigo cuerda, al punto en que ya no disfruto de algunos días, de algunas compañías, de sus palabras. Y lo peor es saber y estar conciente, de que las cosas que les hacen a los demás también las pueden hacer con vos.
Pero yo sigo parada en el medio de mi conciencia, que me sigue advirtiendo cosas, que yo ya me di cuenta, y sigo parada ahí escuchando (y sin participar) de las mentiras de los demás.

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