9 de febrero de 2020

Intervalo

En este verano el calor parece volverse eterno cuando la lluvia no llega, pero nunca desespero porque algo adentro mío dice que eventualmente va a suceder. La esperanza es el alivio de aquellos que luchamos todos los días con esa fuerza que nos empuja (hacía abajo) o tal vez simplemente un poco de viento fresco nos trae alivio con sus suaves nubes y su dulce brisa.
En esta tarde de domingo me encuentro sentada en mi terraza escribiendo. Es algo inocente aferrarse a un lugar físico pero también muy necesario, aún cuando vivimos en una ciudad en constante crecimiento y cambio. No recuerdo el momento en que planté mi bandera en el medio de esta manzana, pero el carácter de las memorias que aquí recibo y revivo siempre es más fuerte. 
Las lágrimas derramadas en silencio, los amigos y el eco de las risas que brindaron, las canciones que me han acompañado, mis bailes solitarios bajo la luz de la luna, los rituales de fin de año, los te amo que el viento se llevó, los besos que aquí fueron compartidos entre otros tipos de intercambios.

Si me río de mi fortuna en falta y comprendo conceptos cliches como "la vida nunca sale como uno quiere" (nada como beber de lo superfluo y terminar disfrutando demasiado de lo oculto) todo esto se hace un poco más sencillo.

Tal vez mañana cambie el clima y yo tenga algo mejor sobre lo que escribir. 
Mientras tanto solo me queda decir buenas noches.

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