18 de noviembre de 2019

El clima perfecto

Recuerdo el rechazo al calor creciente durante estas épocas primaverales. Jornada tras jornada, siempre a la espera de una lluvia que refresque y se lleve con ella la tristeza y la nostalgia, así por arte de magia. Estados de inocencia con sabor a viejo.
¿Por qué tenemos la tendencia de anticiparnos a lo pueda suceder?
Como pensar que ciertos sucesos tienen la capacidad de estrujarnos el corazón y al final estos no significan absolutamente nada. Sin embargo esto no indica bajo ningún concepto que estemos construyendo barreras innecesarias para alejarnos de todo mal. Supongo que sentir es más arbitrario de lo que uno pueda imaginar, sobre todo cuando las cirscunstancias cambian con cada nuevo segundo, nunca igual al que fue, nunca igual al que será.
Si, somos precavidos. No puedo negarlo. Nos atenemos a ciertas elecciones porque comprendemos que en el fondo existe la posibilidad del dolor, el cual nunca se caracteriza por ser grato. Sin embargo, no puedo dejar de pensar que estos previos meses me encontré tratando de evitar mis nuevas formas. Estudiando meticulosamente el pasado con el fin de hallar respuestas y al final solo me convencí de que estas novedosas maneras de aproximarse al mundo eran un completo desastre. Que tonta, tonta, tonta. 
Es la inercia del rechazo al cambio, del rechazo al calor, de la espera de una lluvia que vino y partió tan rápido como el sol determinó asomarse nuevamente. Pero yo ya no puedo esperar que las cirscunstancias sean siempre perfectas, porque nunca lo son. Menos puedo desperdiciar la capacidad de imponerme ante todo mal y levantarme otra vez sabiendo que mañana un día traerá seres increíbles a mi lado, canciones que me lleguen al alma, memorias que perduraran y por sobre todo lo anterior; la posibilidad de cumplir con todos mis sueños.

Debe ser muy aburrido nunca preguntarse absolutamente nada.

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