En latidos me envuelvo, que destierran
lo cotidiano y alternan todo imaginario
con un poco de barrio, de sabor, de río
y de dulzor para alejarse del pensar
involuntario.
Reinventar la belleza de lo mundano,
destacar la urbe como un todo unísono.
Equilibra la singularidad de habitantes,
de sus historias y sus calles.
Que se apilan como hojas al comienzo
de un nuevo invierno.
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